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Poco se sabe de la migración mapuche a Santiago. Un proceso que adquiere una dimensión masiva en la segunda mitad del siglo pasado y que ha sido decisiva en la transformación de la fisonomía de la sociedad mapuche contemporánea. Los actuales –cerca de ciento ochenta mil- mapuches que habitan en Santiago, han sido en su mayoría parte de los migrantes que arribaron en los últimos cincuenta años a la ciudad.

En este caso abordamos los migrantes hombres que se integraron masivamente a la capital a través de labores en panadería. Los dirigentes de los sindicatos estiman que hay unos seis mil trabajadores panificadores en la Región Metropolitana con origen mapuche, los que representan cerca del 90% de todos los afiliados a CONAPAN.

CONTEXTO HISTÓRICO Y PROCESO MIGRATORIO MAPUCHE

En Latinoamérica y en nuestro país, el origen de la urbanización de mediados del siglo pasado se encuentra más bien en el colapso de la economía agraria, que en el desarrollo de una nueva estructura productiva industrial asentada en las urbes.

Así, desde mediados del siglo XX, la sociedad mapuche experimentó tres procesos comunes al mundo campesino chileno: Empobrecimiento, proletarización y migración.

En primer término, un empobrecimiento generalizado producto de una agricultura de subsistencia y de un ineficiente sistema de producción de minifundio. Segundo, un proceso de proletarización expresado en la importancia creciente del trabajo asalariado para la mantención de la reproducción de la unidad campesina, no tan solo en centros urbanos, sino también en actividades asalariadas en el agro. El tercer proceso es la emigración, especialmente de la población joven y de las mujeres hacia centros urbanos.

La emigración resultó ser un mecanismo para disminuir la presión sobre la escasa tierra. Los emigrados perdían en la práctica los derechos sobre la tierra, disminuyendo con ello la cantidad en que tendría que ser compartida.

Bajo estas condiciones, la emigración mapuche está acompañada de un drama individual y colectivo: La necesidad urgente de la sobrevivencia que expulsa, no sólo en términos de residencia, sino también de pertenencia a la comunidad.

LA MIGRACIÓN

En la década de 1960, la migración de población mapuche hacia centros urbanos ya era un fenómeno visible en las comunidades. Y estudios de la época estimaron que este movimiento afectó al 15% ó 20% de ellas.

Lo cierto es que a partir de la década de 1960, la migración crece progresivamente. A principios de la década de 1980 en tanto, un estudio realizado con 200 familias de la Provincia de Cautín, reveló que el 49% de las mujeres mayores de 16 años habían salido definitivamente de la comunidad; mientras que en el caso de los hombres, el porcentaje disminuía levemente al 44% (Bengoa y Valenzuela 1984).

En el siguiente cuadro se presentan datos que grafican la tendencia durante la segunda mitad del Siglo XX.



En 1966, Carlos Huayquiñir Rain realizó un catastro de ocupaciones que contemplaba a cerca de 50.000 mapuches que residían en Santiago. En él se destaca que cerca del 20% del empleo estaba orientado al servicio doméstico de casas particulares, el 10% a empleados en la industria panificadora, otro 10% a empleados en restaurantes y bares, 5% a empleados en tiendas y almacenes y, el 11% del total ejercía actividades en dependencias del Gobierno, donde destacan cerca de 800 personas empleadas en Carabineros y el Ejército.

Hacia fines de la década del ochenta, la migración mapuche se habría estabilizado. En el último Censo del año 2002, se identifica un quiebre en la tendencia de la Región Metropolitana en cuanto su atractividad histórica para la migración (Rodríguez y González 2006). Esto, debido a la mayor atracción que ejercen los centros urbanos ubicados en las regiones IV, VI y X.

INTEGRACIÓN A LA CIUDAD

Hemos señalado que la atracción migratoria de Santiago, como en Latinoamérica, no respondió a una fuerza transformadora como la que representó la industrialización en Europa. En este contexto, la migración masiva campo-ciudad, significó un colapso de las capacidades de integración de las ciudades.

Los miles de campesinos que arribaron a los centros metropolitanos, experimentaron la pobre oferta de la ciudad para la incorporación a su dinámica: Carencia de vivienda, de infraestructura, de servicios y sobre todo de trabajo. La responsabilidad de integración fue traspasada a los propios migrantes, quienes utilizaron las relaciones de parentesco, vecindad o amistad para proveerse de un techo o de un trabajo… la mayoría de las veces, independientemente de los sistemas formales de la economía.

Los itinerarios que cada migrante mapuche siguió en su trayectoria desde la comunidad reduccional a Santiago, son diversos. En estos itinerarios se adquieren habilidades para la integración a la vida en la ciudad. Para muchos, la primera habilidad necesaria fue la destreza lingüística; es decir: Aprender el idioma español.

Pero los mapuches en Santiago no olvidan a sus comunidades. Y una vez que los migrantes se han establecido en la capital, mantienen relaciones con ellas.

EN LAS PANADERÍAS

Las historias más antiguas que vinculan a los mapuches con la panadería, hablan de “enganches” de trabajadores encargados por empresarios panificadores de Santiago a la zona sur del país, alrededor de la década de 1920.

De haber existido tal sistema de enganche, cuyo grado de formalización desconocemos, éste fue el inicio de una cadena migratoria que permitió que en la actualidad cerca de cuatro mil trabajadores de panadería en la Región Metropolitana, tengan origen mapuche.

El siguiente relato es ejemplar en este sentido: “Mi hermano trabajaba en la panadería y él le dijo: ’traiga a su hermano aquí no más, tráigalo, y cuando llegue le voy a dar para que trabaje al tiro’…” El puesto de trabajo entonces, se encontraba asignado incluso antes de la migración, gracias a un acuerdo previo con el empleador por parte de un familiar. Muchas veces, incluso garantizando alojamiento.

Sin embargo, la presencia mapuche en el ámbito de las panaderías, no es resultado de la sola existencia de una red informal de contratación de su mano de obra y las consiguientes facilidades que daría ésta al migrante. También se dio la contratación formal, es decir, a través de anuncios públicos en los diarios.

Frente a esta complementariedad de estrategias, planteamos la hipótesis de que la integración laboral del mapuche por medio de las panaderías, encuentra dos fundamentos principales. El primero se relaciona con la oferta de trabajo, que se apoya en la existencia de un imaginario respecto de las capacidades y características que tendrían los mapuches.

Una especial capacidad para el trabajo duro y esforzado, que se asocia más a un origen campesino que a uno de carácter étnico. El calor, el humo, la transpiración y una larga jornada laboral, fueron condiciones de trabajo llevadas con responsabilidad por parte del trabajador mapuche.

En esos años se trabajaba con leña, en el invierno se llenaba de humo donde trabajaban y una persona que nació en el pueblo (la ciudad) no resistía. Entonces, quién resiste es quien es bruto para trabajar: El mapuche (...)

“Nosotros nunca estudiamos panificación, pero aprendimos a la pura inteligencia de nosotros. Mirando aprendimos. El trabajo del panadero actualmente es un trabajo forzado y autoexigido, el patrón no tiene por qué andarte apurando, porque el trabajo te apura, porque se trabaja con levadura. Si tú te demoras o te haces el tonto un rato, el pan se te va, se te pasa. O en el horno, si usted está trabajando en el horno, si a usted se le olvida o quiere sacar la vuelta, se le quemó el pan; entonces uno no puede, no es necesario que el patrón ande encima del trabajador. Uno se exige sólo. Entonces por eso el provinciano, el huaso, el mapuche, son los que trabajan en panadería (E. Paillalef)”.

Además de su dureza, se destaca el sentido de la responsabilidad en el trabajo -según comentan los panaderos-, también apreciada por los dueños de panaderías: “El dirigente empresarial, Francisco Bouzó, ha expresado gran admiración por la capacidad demostrada por los mapuches en la elaboración del pan” (Van Deer Rivera 1983).

El segundo fundamento es la oferta específica que representa la panadería. Un oficio que no requiere demasiada interacción. Que sea silencioso resultó una ventaja para muchos, sobre todo para aquellos que manejaban el idioma español de forma rudimentaria.

Algunos trabajadores nombran las ventajas de ser un trabajo ‘bajo techo’, en oposición al trabajo rural. En el tiempo de invierno, los trabajadores quieren trabajar en panadería porque es calientita, no gasta nada, la ropa, los zapatos, ni una cosa.

“Todos los días tenemos pan, todos los días tenemos plata, porque a nosotros nos pagan diario. Entonces, en ese sentido, no puedo quejarme porque mal tampoco estamos. Yo mal no estoy, por lo menos tengo mi casita gracias a Dios (A. Ranimán)”.

Pero la razón fundamental se sustentaría en el sistema de “puertas adentro”, que permitió al mapuche migrante incorporarse al mundo laboral en la ciudad, sin necesidad de contar con un espacio físico de habitación. Los trabajadores ocupaban la misma fábrica panadera como lugar de pernoctación. Adicionalmente se podía acceder a una alimentación diaria, entregada como parte de su trabajo, lo que posibilitaba el ahorro.

Fuente: Revista Austral de Ciencias Sociales 14: 23-49, 2008.

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