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La revista Fechipan Noticias registraba esta nota en octubre de 1983.
A los 81 años, Manuel Hormazábal Morales es presidente de los obreros panificadores chilenos y sorprende con sus historias. Su pormenorizado relato de los hechos no deja de asombrar y entretener a quien tiene la oportunidad de ser su interlocutor, del mismo modo como lo hace su versatilidad, cultura y elocuencia. Fue panificador desde los 18 años y dirigente gremial desde los 25.
Llegó a Santiago en 1923, con la clara idea de conseguir trabajo en una panadería. Era el oficio que había desempeñado en la Provincia de O’Higgins desde 1920 y donde se sentía más a gusto.
Recuerda que sus posibilidades de empleo se reducían a los 60 establecimientos que funcionaban entonces en la capital. “Puede que parezcan pocos –señala sonriente- si se comparan con los que existen ahora, pero para las necesidades de la población eran suficientes. Santiago en aquella época era también bastante pequeño. Sus límites no iban más allá del Cerro Blanco por el norte; San Joaquín (hoy Carlos Valdovinos) por el sur; Tobalaba por el oriente y, General Velásquez (Pila del Ganso) por el poniente”.
Cuenta que cuando entró a trabajar tomó contacto con los sindicatos que operaban en la ciudad. Estos tampoco eran muchos, porque apenas en esos años se habían formado en Santiago, siguiendo el ejemplo del norte que contaba con este tipo de entidades desde 1914. Además eran incipientes porque no existía legislación al respecto. Recién en 1927 se dictó la ley que les otorgaba personalidad jurídica. “Pero aun así, estos eran igualmente organizaciones representativas de los trabajadores”, dice Hormazábal. “De hecho, existían dirigentes que eran encargados de entrar en contacto con los patrones cuando se producían conflictos o había necesidad de plantear alguna inquietud a nivel local”. Hace esta salvedad debido a que las agrupaciones que reunían a los trabajadores –sindicatos- y a los empresarios –Unión de Fabricantes de Pan- en aquella época, tenían un carácter absolutamente regional. Las federaciones nacionales respectivas no nacieron hasta la década del treinta y, más precisamente, en octubre de 1933 la de los obreros.
“Cuando ingresé a la panadería en Santiago, la tarea de los obreros era muy pesada. Las industrias en su gran mayoría no contaban con amasadoras y había que hacer el trabajo en forma manual. El horario también era agotador; se empezaba a las 6 ó 7 de la tarde y se salía alrededor de las 9 de la mañana. A raíz de lo cansadora de la jornada, comenzaron a existir brotes de tuberculosis entre los trabajadores. Y aquí se iniciaron las primeras negociaciones que yo recuerdo con los industriales”.
Cuenta Hormazábal que, como consecuencia de los reclamos y las sugerencias de los dirigentes obreros, se estableció una junta médica para estudiar el asunto, encabezada por el doctor Lucas Sierra. En el informe, la comisión estableció que efectivamente existía un gran número de panificadores afectados por la tuberculosis, por lo que era recomendable suspender el trabajo nocturno en las panaderías.
El resultado de la recomendación fue la ley de diciembre de 1924, que prohibía el trabajo nocturno a partir del 1º de enero del año siguiente. “Desde esa fecha en adelante se estableció un nuevo sistema. Los encargados de preparar la masa y calentar los hornos entraban a las 2 de la mañana. El resto, lo hacía a las 4 A.M”.
“Luego la industria comenzó a tener un gran avance técnico. Esto fue alrededor de 1927, cuando yo ingresé como secretario general al Sindicato Nº 1 de panificadores. Entonces llegaron revolvedoras, sobadoras y cortadoras de pan hasta las panaderías, aliviando la tarea de los obreros, del mismo modo que lo hizo el establecimiento con una carga de trabajo de 2 quintales españoles (46 Kg) por jornada-hombre”.
“Claro que a diferencia del adelanto tecnológico, se produjo un retroceso en las relaciones entre industriales y obreros… En el avance de esta situación, hay que reconocer la labor que desarrollaron hombres como don Fermín y José Borda, don Eusebio García, los Ferrer, el señor Vilas y don Pablo Köhler. Ellos fueron quienes más colaboraron para establecer mejorías en las condiciones de trabajo de los obreros dentro de las panaderías. Los Borda eran muy activos; trabajaban al lado de los panificadores. Don Fermín fue un gran pionero dentro de la industria. Y en general todos ellos contribuyeron para que también progresaran las relaciones entre patrones y obreros”.
Hormazábal recuerda especialmente el conflicto de los años 40, cuando Exequiel Jiménez fue designado interventor de la industria panadera santiaguina. Entrando en detalles, precisa que el problema se generó cuando la “dirección de la industria” declaró que no estaba en condiciones económicas como para solventar los gastos que implicaba el cumplimiento de las peticiones de los trabajadores y, a raíz de la huelga, “entregaron” sus panaderías. Entonces, en los dos meses que duró la intervención, los panificadores realizaron sus labores, “porque desde un principio el Gobierno nos conminó a reincorporarnos. Y ello, porque el 90% de esos interventores jamás habían entrado en su vida a una panadería”.
“Al fin de todo –señala- los establecimientos fueron devueltos a sus dueños. Y para que se cancelaran los salarios que los obreros solicitaban, el Gobierno tuvo que conceder la bonificación a la harina que los industriales pedían. Esto llevó a que las relaciones entre ambas partes se pusieran tensas y a que posteriormente, se buscara un sistema que hiciera factible la comunicación que se requería”.
“En esa tarea se destacaron hombres como don Isaías Yáñez, don Santiago Soler y don Pedro de Aretxabala, que eran los dirigentes máximos de la industria. Ellos propusieron reunir cada cierto tiempo a las directivas de ambas federaciones y estudiar en conjunto los problemas que se presentaban. Este acercamiento dio como resultado la creación de la Junta Conciliadora Nacional para la Industria del Pan, que se encontraba compuesta por representantes de los directorios de los obreros y de los patrones, más un inspector provincial del trabajo, que era quien la presidía. Desde entonces, los pliegos de peticiones se exponían anualmente y se estudiaban con calma.
Explica Hormazábal que, en 1952, se produjo al interior de la industria un conflicto que la Junta fue incapaz de solucionar. Recuerda que el Gobierno de la época designó a otro interventor, el coronel Armando Valdivieso. Señala que gracias a él se consiguieron grandes logros, como el pago de la semana corrida; entrega de una cuota para cultura y deporte del obrero y, la cancelación de un aguinaldo de final de año, acorde con los días que trabajara el panificador durante ese período.
“Y ya desde 1958 en adelante –prosigue-, las peticiones se hacían de acuerdo al Código del Trabajo y continuaban en funcionamiento las Juntas de Conciliación. Ese período en general fue bastante tranquilo, con excepción de 1963. Entonces los trabajadores se fueron a una huelga que duró muy poco tiempo, porque fue reprimida por el Gobierno. Desde ahí en adelante ya no se han producido nuevos conflictos de esta envergadura, en especial por la línea que siguió don Francisco Bouzo cuando asumió la conducción de la industria. Y ésta fue muy similar a la que se había establecido antes, en relación a solucionar los conflictos a través del diálogo entre los directores de los organismos máximos”.
Fuente: Siglo XX: Historia de Nuestra Panadería (José Yáñez, Lucio Fraile y Marcelo Gálvez).
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