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María José Cordero: la aventura de una chef chilena en España


A la hora en que el café recién hecho empieza a dominar el ambiente, María José Cordero ya ha recorrido más de media ciudad. A veces en metro, otras en bicicleta, pero siempre con las manos ocupadas. Tiene 29 años y vive en Barcelona desde hace poco más de dos, donde arribó para hacer lo que sabe desde niña: cocinar, resistir y aprender.


La suya es una historia donde el oficio convive con los afectos y el trabajo es, muchas veces, la única forma de avanzar. Nacida en Maipú, creció entre tazas con leche y hornos que nunca se apagaban. Cuando tenía apenas diez años, pasaba horas observando a su madre Virginia preparar almuerzos para la familia. Allí, entre papas sin piel y cazuelas humeantes, descubrió que la cocina podía ser mucho más que un lugar de paso.


A los trece años hacía bombones de chocolate que vendía en el colegio. A los catorce, horneaba galletas para Navidad y a los quince, ya tenía claro que la gastronomía no sería solo una afición de fin de semana. No había chef en la televisión que no quisiera imitar, ni receta que no intentara reproducir. El horno era su lenguaje.


“Mi mamá se dio cuenta antes que yo”, cuenta desde el barrio de Sants. “Fue ella quien me llevó a buscar escuelas de cocina. Quería que estudiara algo que me hiciera feliz, no solo algo que me diera de comer”. Así llegó al Instituto Culinary en Lo Barnechea, donde conoció a Milena Vallejos, profesora exigente y sensible que la marcó para siempre y quien le enseñó que cocinar no es solo técnica, sino también una mirada.

Pero las historias culinarias rara vez se cuecen sin sobresaltos. Durante sus años de formación, María José combinó estudios con trabajo en pastelerías, catering y restaurantes. Aprendió lo que no enseñan los libros: la presión del servicio, las jornadas de doce horas, el sabor agridulce del cansancio. A los 26 años, tras una serie de proyectos en Chile, tomó una decisión que cambiaría su vida: hacer las maletas para cruzar el Atlántico.


Una vida en España

Llegó a Barcelona con una beca para estudiar alta pastelería, empezando desde cero y dejando todo atrás: taller, clientas y a su madre. Durante un año combinó las clases en Culinary Hub con turnos en Brunells, una de las pastelerías más emblemáticas de la ciudad.


“Era como vivir dos vidas en una. Por las mañanas estudiaba, por las tardes trabajaba y por las noches lloraba en silencio. No conocía a nadie. No tenía tiempo para nada. Pero tampoco podía parar”, recuerda Cordero. El cuerpo aguantaba, pero la mente no tanto.


Poco a poco fue cayendo en una tristeza que tardó en reconocer como depresión. “No quería contarle a mi mamá, sentía que si lo decía en voz alta, todo se venía abajo”, aclara. Fue en terapia donde encontró un respiro y aprendió que cuidarse también es parte del oficio.


Ahora, cuando entra a una cocina profesional, ya no lo hace con miedo, sino con respeto. Ha pasado por restaurantes como “Nub”, en Tenerife -donde trabajó junto a la aclamada chef nacional Fernanda Fuentes-, y en el prestigioso “Disfrutar”, uno de los mejores del mundo según la lista The World´s 50 Best Restaurants.


Conoce perfectamente lo que significa montar un servicio con precisión quirúrgica. Sabe lo que es quemarse las manos y seguir avanzando, moviéndose, así como lo hace con su bicicleta por una de las ciudades más cosmopolitas del planeta. María José tiene medido con lujo de detalles lo que es ser mujer, latina, joven, en una industria que todavía mira con lupa a quien no encaja en sus moldes.


Presente y futuro

Pero Cordero también sabe de amor. En Barcelona conoció a Pasquale, cocinero italiano, con quien comparte no solo el gusto por la gastronomía, sino también el día a día de facturas, sobremesas y proyectos a medio hacer. “Estamos lejos de nuestras familias, pero estamos juntos. Eso es lo que nos sostiene”, dice. Nuestra compatriota no tiene vitrinas lujosas ni un equipo de marketing detrás. No busca likes, busca impacto. Trabaja por encargos, participa en eventos, da clases, investiga, inventa y, por supuesto, sueña con abrir su propio taller algún día. De momento, sigue amasando su futuro con la cabeza llena de ideas.


Sin embargo, cada vez que prepara una torta, recuerda a su mamá batiendo a mano en la cocina de Maipú. Cada vez que decora un pastel, piensa en Virginia cortando pan al amanecer. Es que en cada capa de bizcocho, hay algo de nostalgia, y en cada nueva cobertura, un gesto de gratitud.

 
 
 

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PANARTE © 2021
Revista de panadería y pastelería
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