Marraqueta, aquí estamos contigo
- Giselle Palominos
- 4 jun
- 2 Min. de lectura

Pablo Piwonka Carrasco
Director revista PanArte
En Chile no se come pan: se vive el pan. Se comparte, se amasa, se cocina en hornos comunitarios, en fogones de campo y en panaderías de barrio donde el madrugar tiene sentido. Es un alimento básico, cultural, cargado de memoria, historia y afecto.
En los rankings internacionales, figuramos entre los países con mayor consumo per cápita aunque, más allá de la estadística, lo relevante es lo que nos dice de nosotros mismos. El pan es nuestra forma de saludar al día, de hacer una pausa y de cerrar una jornada, con presencia en el desayuno escolar, en la once con los abuelos y en la mesa improvisada de una olla común.
Es que la marraqueta crujiente, la hallulla tibia o el pan amasado humeante siempre cuentan una historia distinta y tienen en común el gesto profundo de compartir. Es reconocimiento al panadero que se levanta al alba, conversa junto a sus hornos y hace frente a la panificación industrial, manteniendo viva una receta de generaciones.
El pan chileno todavía se vende por unidad en las esquinas y se amasa en casa en el invierno. En tiempos de crisis, ha sido sinónimo de dignidad. En las calles durante la pandemia o en los centros comunitarios del sur tras los incendios, este producto reapareció en forma de solidaridad. Porque compartirlo sigue siendo una manera de decir “aquí estoy contigo”.
En ese sentido, cada año en Santiago celebramos el concurso de la Mejor Marraqueta, iniciativa organizada por Indupan que premia no solo la técnica panadera, sino que también resguarda este símbolo de identidad nacional. En la ocasión, los expertos evalúan parámetros como sabor, volumen, horneado y textura. No obstante, y más allá de los puntajes, lo que se mide es el apego a una tradición que ha acompañado a muchas generaciones.
Este certamen es más que una competencia: es una verdadera declaración cultural. Mientras los panaderos afinan sus masas y tiempos de fermentación, el jurado se convierte en guardián de un patrimonio gustativo, porque la marraqueta es infancia, desayuno de feria, pancito con palta y vínculos familiares. Defender su calidad y autenticidad es también proteger nuestra memoria colectiva.
Este evento anual tiene un valor que va mucho más allá del trofeo y se ha convertido en un homenaje a aquello que nos une. Por eso, tal vez, ha llegado la hora de dar el siguiente paso y reconocer formalmente al pan chileno como parte de nuestro patrimonio cultural inmaterial, defendiendo este alimento como una forma, nuestra forma, de vivir juntos.
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