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En su local de Renca, ubicado en Avenida Jaime Guzmán, un caluroso día de diciembre nos recibió Mauricio Olivera, un comerciante de “tomo y lomo”, que se ha desempeñado en nuestro sector por 27 años.

Hoy tiene tres panaderías, dos en Renca y una en Quilicura, donde no sólo vende pan, sino que abarrotes en general, fórmula que le ha permitido contar con un movimiento permanente en los locales durante todo el día.

Pero además tiene unos 20 arrendatarios, ya que en las últimas décadas ha comprado propiedades y construido varios locales, utilizando en estas tareas sus estudios previos y su diversa experiencia laboral.

SU HISTORIA

Pero para llegar a esto, tuvo que recorrer un largo camino… Y uno de los hitos de su vida fue cuando su madre optó por sacarlo del colegio San Gaspar, porque no le iba bien en los estudios. Lo matriculó entonces en una escuela técnica, donde sacó el título de técnico electromecánico, para después estudiar electrónica industrial en Inacap.

Al egresar, comenzó de inmediato a trabajar en mantención de ascensores. Pero muy pronto, junto a unos amigos, formó una empresa en ese rubro. Paralelamente, como su padre tenía un garaje, compraba vehículos, los arreglaba y luego los vendía a un mejor precio.

Pero no paró. Estudió corretaje de propiedades y con unos amigos formó una empresa en esa área. Dejó de lado el tema de los ascensores y, junto con desarrollar el nuevo negocio, comenzó a levantar galpones en el terreno de su casa.

El paso siguiente lo dio gracias al consejo de algunos conocidos, la familia Zamora, propietaria de Molinos. Lo entusiasmaron por ingresar al rubro de las panaderías.

Arrendó así la panadería Los Clarines de Renca. Estaba cerrada y en muy mal estado. Pero la levantó rápidamente. Mientras la reparaba se le ofrecieron algunos trabajadores, con los cuales en producción pudo elaborar pan de buena calidad. “Además entregué mejores precios, por lo que fui captando clientela”, recuerda.

Sus amigos Julián Zamora y Melchor Rodríguez Zamora lo asesoraban cuando tenía alguna duda. Pero en general no tuvo mayores problemas.

Le fue bien con los panaderos, pero dice que pagó el noviciado con algunos repartidores que se fueron con el dinero del reparto.

“Fui aprendiendo a manejar eso. Ellos se fueron, pero quedaron los clientes. Yo tenía que pesar el pan en la mañana… Fue muy sacrificado al inicio. Sobre todo porque era un negocio que no conocía, lo veía desde lejos. Pero cuando tenía dudas con algo, lo consultaba con mis amigos”.

Esa panadería (Los Clarines) la abrió en enero de 1993 y de inmediato vendió 4 a 5 sacos sólo para el mesón.

Hoy recuerda que todos sus estudios previos le sirvieron para desarrollarse dentro de la panadería. “Si fallaba una máquina, yo la reparaba, porque encontrar a alguien a las 6 AM era imposible. Me ha servido mucho el tener conocimiento de otras cosas”.

Como ya lo mencionamos, siempre le gustó la construcción. Por eso, mientras crecía con ésta y otras dos panaderías, estuvo a cargo de habilitar varios locales para arrendar. Y gracias a eso, hoy arrienda en Quilicura, Conchalí, Lampa y Batuco.

Asimismo compró dos casas en la Avenida Jaime Guzmán, donde instaló su panadería y tiene algunos locales arrendados. Finalmente habilitó una tercera panadería, Lucas Pan –punto de venta- en Quilicura.

Cuando sintió que ya todo estaba funcionando bien en las panaderías, contrató a un matrimonio (que se quedó a vivir en una de ellas) para que cumplieran el rol de administradores. “Tampoco eran del rubro, estaban recién partiendo como pareja y tenían una niñita pequeña, pero fueron un gran apoyo”.

A su amigo Julián Zamora, que tenía dos panaderías por la zona, no le complicó la competencia. Por el contrario, él y su padre Domingo, le dieron todo su apoyo. “Este último entraba a la panadería que él trabajaba anteriormente y era un verdadero respaldo”

Si bien recibió ayuda de los Zamora, dice que no le fue tan difícil desarrollarse en el rubro, porque en el fondo tiene “mucho de comerciante”.

PROBLEMAS

Su idea era hacer varios negocios bajo una misma imagen corporativa, “Lucas Pan”. Llegó a tener 4, pero el tema no se dio. Cuenta que “tenía un déficit de administración salvaje, por lo cual había pérdidas tremendas… Y había comprado un terreno para el sexto local, pero tenía pérdidas internas muy graves por robos de todos lados. Yo estaba preocupado de construir y no podía controlar todo”.

“Tenía los maestros, cuatro negocios funcionando, arriendos, etc. Tuve que echar mano a un dinero que guardaba para casos de emergencia y me reduje a tres negocios, arrendando los demás”, señala.

Después de tomar esa decisión, todo funciono mejor. Pero se dio cuenta que con el pan a granel no había capacidad para crecer. “Además entendí que en la panadería había tiempos sin movimiento (entre las 9 y 2 de la tarde), donde los trabajadores se quedaban mirando y no hacían nada. Así que opté por los abarrotes, dando muy buenos precios. Marginaba poco, pero había movimiento y en un corto tiempo este ítem empezó a pesar bastante”.

“Hoy en el local de Quilicura, el 90% de las ventas son por mercadería y el 10% por pan. En Lucas Pan de Jaime Guzmán, la relación es 80% a 20%. Y en Los Clarines, 70% de mercadería y 30% de pan… Me di cuenta que la gente quería comprar todo en un mismo lugar. Eso me dio volumen de compra para tener muy buenos precios que ofrecer… Hasta le compito a lo supermercados a veces… y en Quilicura hay personas que van a comprar su caja de mercadería”, indica.

Le preguntamos qué ha sido lo más difícil de ser industrial panadero, y nos asegura que “tratar con el personal de producción. Uno les solicita que hagan las cosas de una forma, pero ellos la siguen ejecutando a su manera”.

También comenta que, como a muchos colegas, le ha ocurrido que llegan personas a trabajar en “malas condiciones”, por lo que ha habido peleas entre ellos afuera de la panadería y esto también genera que falten demasiado.

Junto con lo anterior, advierte que cada vez se vende menos pan. “La gente compra menos. Con el industrial que uno hable, se comparte esta opinión. Y eso que ahora hay menos panaderías… Una de las razones, es que los chilenos han comenzado a comprar más cosas light y dietéticas, porque tienen mayor poder adquisitivo. Además, el estilo de vida de las personas les hace preferir comida rápida y hasta comer algo al paso en la calle”.

Del pan a granel que produce, el 70% se va a reparto y el resto se vende en salón. El que más sale es la marraqueta (60%), 38% hallulla y 2% especiales.

Respecto del pan envasado, que está elaborando en Lucas Pan de avenida Jaime Guzmán, en un año ha crecido 500% en su venta.

En Quilicura, por ejemplo, le compran vendedores de sándwiches, a los cuales les hace un pack, surtiendo el pan y las hamburguesas. Sólo un cliente les compra 400 unidades de ambos productos. “Hacemos como 3 mil unidades y vamos en crecimiento, por lo que estamos gestionando nuevos espacios para ello”.

Sus planes en torno a la panadería son seguir creciendo con los panes envasados. Por ello, ya está trabajando en un proyecto para producir panes de molde. “Y es que diversificar la oferta, permite afrontar mejor la baja en la venta de pan tradicional”, afirma.

ESTALLIDO SOCIAL

Este industrial fue uno de los afectados por los desmanes producidos el viernes 18 de octubre. “Ese día me llaman porque había un problema en la panadería Los Clarines. Se había cortado la luz y había una complicación con los generadores. Entonces, al llegar cerca de las 21 horas, encuentro a algunas personas golpeando las cortinas. Me amenazaron con tirarme piedras, así que me fui”.

Posteriormente entraron al local y se llevaron toda la mercadería y las cortadoras de cecinas. Las máquinas registradoras estaban en el suelo… “Estuvieron 2 horas y media sacando cosas. Por suerte no llegaron a la sala de producción, lo que permitió en un par de días elaborar pan”.

Estima las perdidas en 6 millones de pesos, y tuvo 6 días cerrado el salón de ventas. En ese lapso trasladaron a los trabajadores a otro local, dio las vacaciones a quienes tenían algunas pendientes y repusieron todo.

Hasta diciembre trabajaron en ese local con muy poca mercadería, ya que la inestabilidad les hacía pensar que el saqueo podría repetirse.

Asumió sus pérdidas y dice que entiende perfectamente el porqué Carabineros no se hizo presente ese día y los posteriores, ya que “estaban superados”.

El sábado 19 trataron de entrar al local de Quilicura. “Intentaron romper los candados y quebraron los vidrios. Estaban a punto de entrar y llegaron desde la Policía de Investigaciones; dieron unos tiros al aire y las personas se retiraron”.

“Yo llegué a las 5 de la mañana y tenían los carros de supermercados listos afuera para llevarse las cosas. Los tomé y los eché arriba de la camioneta para quitarles esos elementos”, recuerda.

Explica que ese local lo tenía reforzado en materia de seguridad, ya que años atrás había sido saqueado con motivo del terremoto del 2010 y por unas manifestaciones del 11 de septiembre. “Estuvieron como 20 minutos tratando de romper con galletas, pero no lo lograron. El local además tiene puertas de acero, vidrios laminados y rejas por dentro. Y arriba de los techos hay unas inclinaciones que dificultan caminar. He invertido mucho en seguridad”.

INDUPAN

Al cerrar la conversación con PanArte, Mauricio Olivera comenta que espera que Indupan siga haciendo un trabajo que le permita crecer. “Ojalá tengan más socios y que la cuota se diferencie entre socios pymes y los más grandes. De tal modo, a quienes les duela la cuota los tendremos adentro”.

También propone que “a los panaderos que están en mala situación, tal vez no habría que cobrarles por algún tiempo. La idea es apoyarlos cuando más lo necesitan”, dice.

Por otra parte, valora las actividades comunicacionales realizadas en los últimos años. “Debo decir que José Carreño le ha dado un vuelco positivo a la asociación en varios temas. Por ejemplo, se hacen cursos más útiles y se generan actividades que mejoran nuestra imagen. Además, como pymes estamos presentes en todas las reuniones de alto nivel y se nos considera”.

“A raíz de mi incidente con el saqueo –comenta-, me han llamado muchas empresas (como BancoEstado, Enel y otros) para ofrecerme facilidades para pagar o créditos. Y creo que esto se debe a la buena gestión que se ha hecho a nivel de Gobierno. Se nos considera. Y si bien no he usado la ayuda, uno valora que se nos tengan en cuenta”.

Mauricio Olivera tiene tres hijos: María José de 27 años, periodista que vive en Inglaterra; Baltazar de 19 e Isidora de 17, quien aún está en el colegio, pero de quien ya le queda claro que heredó el talento de su padre para los negocios.

Para muestra un botón. En la actualidad vende un producto por internet a través de una cuenta que tiene 350 mil seguidores. Se trata de un juego de mesa con el cual tiene un margen del 300%.

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