Buenas prácticas empresariales en la industria panificadora chilena
- Giselle Palominos
- 6 may
- 2 Min. de lectura

Por: Andrés Campeny,
Director Indupan A.G.
En Chile, el pan no solo alimenta, también une. Está en la mesa familiar, en las onces de barrio, en el desayuno de los niños, en los rituales cotidianos de un país que consume más de 90 kilos por persona al año. Pero detrás de cada marraqueta, hallulla o pan amasado, hay una cadena productiva que muchas veces pasa inadvertida. Una cadena que hoy, más que nunca, necesita anclarse en valores y buenas prácticas empresariales.
El rubro panificador ha enfrentado años complejos: aumento en los costos de insumos, escasez de mano de obra, informalidad y competencia desleal. Aun así, muchas panaderías -desde pequeños negocios familiares hasta grandes compañías industriales- han optado por un camino más largo, pero a la vez más valioso: el de hacer empresa con conciencia.
Hablamos de panaderías que formalizan a sus trabajadores, respetan las jornadas laborales y apuestan por la capacitación e inclusión. Hablamos de quienes adoptan tecnologías limpias, buscan eficiencia energética o exploran nuevas harinas y procesos más sostenibles. Hablamos, en definitiva, de quienes entienden que una buena empresa no solo mide su éxito en cifras, sino también en impactos.
Las buenas prácticas son una cuestión ética, pero al mismo tiempo una estrategia de diferenciación en un mercado cada vez más competitivo. En la actualidad, los consumidores valoran mucho la trazabilidad, la calidad de los ingredientes y la responsabilidad social y ambiental. Prefieren comprar en un lugar que respeta a sus trabajadores y cuida lo que entrega. Y eso aplica tanto a la panadería de barrio como a la gran industria.
Asimismo, es destacable el rol que han jugado los gremios en promover estos estándares. La labor de asociaciones como Indupan ha sido clave para impulsar certificaciones, incentivar la formalización y generar instancias de formación y diálogo. El reciente auge de negocios liderados por mujeres o migrantes también ha traído nuevas visiones, técnicas y una revitalización del oficio.
El pan es un símbolo de lo compartido. Y si queremos que esa simbología se mantenga, debemos construir un ecosistema donde las panaderías no solo compitan, sino colaboren en un espacio para la innovación, el respeto y donde el crecimiento vaya de la mano con la responsabilidad. La buena noticia es que ese camino ya comenzó. Lo vemos en quienes apuestan por productos más saludables, recuperan recetas tradicionales y deciden trabajar de forma justa. Porque hacer buen pan es un arte, pero hacer buena empresa es un compromiso. Y ese compromiso, en Chile, tiene mucho futuro.
Comments