Cotillón dieciochero: del folclore al boom comercial y sustentable
- Giselle Palominos
- 5 sept
- 3 Min. de lectura

Las Fiestas Patrias en Chile no solo se viven en las fondas y en la mesa con empanadas y asados. La decoración y el cotillón se han convertido en un elemento clave de la celebración, al punto de ser hoy un imperdible en la agenda de consumo de septiembre.
“¡No hay 18 sin cotillón!”, resume Andrés Núñez, subgerente de Marketing de Dimeiggs, la comercializadora más grande de calle Meiggs, que este año proyecta un alza en la demanda por productos alusivos a la identidad nacional: banderines, globos, escarapelas, guirnaldas, cintas y juegos típicos.
El arraigo de la ornamentación dieciochera tiene un sustrato histórico. En el siglo XIX, las chinganas —espacios populares de música, baile y comida que más tarde evolucionaron en las actuales fondas— ya se decoraban con banderas, ramas de palma y guirnaldas improvisadas.
La intención era siempre la misma: generar un ambiente festivo y patriótico. Esa costumbre se trasladó con el tiempo a las casas, barrios y ahora al comercio especializado, que ofrece productos cada vez más variados y accesibles.
Tendencias 2025: lo guachaca y lo sustentable
Este año, la decoración con sello “guachaca” marca la pauta. Guirnaldas con frases típicas como “no sabí con la chichita que te estái curando” o “de atrás pica el indio”, además de diseños en forma de trompo, ají cacho e’ cabra y el infaltable indio pícaro, se suman a los clásicos copihues y banderas.
Pero una nueva tendencia comienza a tomar fuerza: el cotillón sustentable.
“Celebrar el 18 de septiembre es parte esencial de la identidad chilena. Sin embargo, esta
festividad también puede ser una oportunidad para repensar nuestros hábitos y hacerlos más amigables con el planeta”, plantea Camila Carrasco, jefa Nacional de Especialidades de la Escuela de Artes e Industrias Creativas de AIEP.
Entre las alternativas, destacan los banderines de tela reutilizable hechos con retazos, vasos y platos de bambú o acero inoxidable que resisten varias celebraciones, y adornos caseros como volantines en miniatura con papeles reciclados o flores de copihue elaboradas con cartón.
Incluso se pueden fabricar “sonajeros chilenos” con botellas reutilizadas rellenas de arroz o lentejas, un gesto creativo y folclórico que conecta con la memoria popular.
“Preparar los adornos en familia, en el colegio o en la junta de vecinos no solo reduce el consumo innecesario, sino que fortalece los lazos sociales y genera recuerdos compartidos”, añade Carrasco.
La estrategia comercial también juega un rol.
En Dimeiggs, los precios por mayor a partir de tres productos permiten armar una ramada hogareña sin gran inversión. “No se trata de gastar mucho, sino de elegir bien: festones, guirnaldas y escarapelas bastan para transformar cualquier espacio en un ambiente patriótico”, apunta Núñez.
El auge del cotillón también ha traído preocupación por la calidad y seguridad de los productos. Desde la compañía subrayan que todos los artículos comercializados cuentan con certificación que acredita estar libres de toxicidad, un factor clave cuando se trata de celebraciones familiares.
Consumo y tendencias del cotillón dieciochero
En septiembre, las ventas de cotillón y decoración en Chile crecen en promedio un 45% respecto de otros meses (estimaciones de comerciantes mayoristas de Meiggs). El gasto familiar destinado a cotillón se ubica entre los $10.000 y $25.000, dependiendo del tamaño de la celebración.
Los productos más demandados son guirnaldas, globos metálicos y banderines, con un 60% de participación en las compras. Las tendencias “guachacas” representan hoy 3 de cada 10 ventas, lo que muestra la preferencia por frases y símbolos de humor popular.

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