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En la madrugada del 18 de febrero falleció Jaime García Garín, dueño de panadería Santa Julia de Ñuñoa y socio de Indupan Santiago.


Partió rodeado del afecto de su familia y dejando un gran vacío entre todos sus cercanos, quienes reconocen en él a un esforzado industrial y a una afectuosa persona que desarrolló toda su vida en torno a la panadería.


Fue hijo de Perfecto García, quien a los 18 años y en la primera década del siglo XX, llegó a Chile desde Zamora, Castilla. Tuvo 4 hijos que crecieron en torno a la industria. Y los 3 varones trabajaron con él al terminar sus estudios.


Don Jaime fue el tercero. Nació cuando su padre era el administrador en la panadería Palermo. Como muchos industriales, desde niño tuvo un acercamiento al sector viendo cómo trabajaba su progenitor y pudo colaborar esporádicamente en tareas menores (en la panadería San Eugenio de Ñuñoa, que era de la familia). Y así fue creciendo su amor por este rubro.


Cuando comenzó a trabajar más formalmente, al salir del colegio, le tocó hacer de todo. Elaborar pan, distribuir y lo que fuera necesario. Tiempo después, su familia pasó a tener la panadería “4 Ases”, en calle Aldunate, donde laboraban los 3 hermanos varones (la hermana menor aún estaba estudiando).


Con el paso de los años el negocio se fortaleció y don Jaime adquirió todas las competencias del mismo. En ese tiempo -como era de costumbre- se desarrolló una de las fiestas donde la colonia de españoles panaderos compartía. En ella conoció a quien sería el amor de su vida, María Castaño López, hija de los dueños de la panadería Santa Julia. La conexión fue inmediata. Comenzaron a salir y luego a pololear. Y se casaron en 1976, tras 4 años de relación.


Como matrimonio se hicieron cargo de la panadería “Chile-España”, que también era de la familia de la señora María. Ambos se complementaron muy bien para hacer que el negocio prosperara.


Hoy doña María recuerda que ambos realizaban todo tipo de labores, aunque él se enfocaba mucho en la producción y, si era necesario, en el reparto. Ella en tanto se concentró más bien el área administrativa.


En esos años fueron llegando los hijos. Primero Marcela, luego María José y Jaime.

Hacia 1985, don Jaime se trasladó a trabajar en la panadería Santa Julia para apoyar a su suegra. Su esposa quedó a cargo de la “Chile–España”. Pero 2 años más tarde falleció la madre de la señora María, lo que aumentó aún más la responsabilidad de ellos en la primera empresa.


LA FAMILIA

Pese a que pasaron los años con este modelo, ello no afectó la relación de la familia, ya que ambos se dieron siempre tiempo para compartir con los hijos.


El menor de ellos, Jaime, recuerda que en “vacaciones yo lo veía siempre… desayuno, almuerzo y comida. En la tarde también un rato. Y durante el año en el almuerzo y por las tardes, cuando él estaba en la casa. Así que siempre estábamos en contacto”.


“Mi padre siempre dejó espacio para estar con nosotros… Por ejemplo, yo practicaba fútbol semi profesional y él me acompañaba a los entrenamientos y a los partidos… con mis hermanas también hacía algunas cosas… Si bien la panadería era muy importante para él, no era un esclavo y nunca nos postergó”, agrega.


En tanto la señora María recuerda que a su esposo le gustaba que todos salieran juntos. Ya sea a la casa de un familiar o para realizar un asado. “Esto se dio incluso hasta que los niños estaban bien grandes”.


LA SANTA JULIA

En el año 2000 el matrimonio se fue a trabajar junto a la panadería Santa Julia y arrendó la “Chile–España”. Con el tiempo desapareció esa última marca, ya que los arrendatarios le cambiaron el nombre.


Se enfocaron entonces en agrandar la Santa Julia. Compraron la propiedad y procuraron mejorar el negocio en todos los aspectos.


Don Jaime siempre disfrutaba de la panadería. Tanto así que en muchas ocasiones entraba en la zona de producción y elaboraba algunos panes especiales (con moldes y formas) que le gustaban. “Es que –como recuerda su hijo- él amaba el rubro y se sentía totalmente realizado en el mismo”.


Casi de forma natural, su hijo Jaime también se integró al negocio. A pesar de tener un título profesional en otra área, llegó a trabajar a la panadería aproximadamente en el 2013. Gracias al ejemplo de sus padres de “responsabilidad” y de “estar dispuestos a apoyar en lo que fuera necesario”, a él no se le hizo complejo integrarse y con el paso del tiempo pudo hacerse cargo casi por completo de la empresa.


Esto permitió, finalmente, que sus padres pudieran vacacionar juntos y darse el lujo de hacer más de un viaje al extranjero.


Al recordar a su padre, Jaime dice que además del gran amor que le tenía, siempre lo admiró por ser tan “muy trabajador y estar pendiente de todo”.


“Mis dos padres fueron bien estrictos. El tema de la responsabilidad era clave para ellos y eso nos transmitieron, ya que pensaban que si no están los dueños, las cosas no funcionan”, comenta.


ÚLTIMA ETAPA

Pese al compromiso extremo que mantenía con el trabajo, don Jaime igualmente se dio tiempo para todo. Incluso para disfrutar a sus 2 nietos.


“Era muy cariñoso con ellos. Estaba ´chocho´. Fue generoso y siempre estuvo pendiente de cualquier cosa que les hiciera falta. Tenía una relación muy parecida a la que mantuvo con nosotros. Nos dio mucho amor. No tenemos nada que reprocharle como familia”, asegura su hijo.


En los últimos años de alguna forma siempre estuvo presente en la panadería. La pandemia –no obstante- lo alejó un poco. “Más que nada por precaución, ya que hubo gente que se enfermó. Pero cuando el riesgo bajó con el tema de las vacunas, ambos volvieron a ir. Él regresó a hacer panes, que es lo que tanto le gustaba, y mi madre a ayudar en la pastelería”.


Todo cambió a finales de julio de 2021, cuando a don Jaime le diagnosticaron un cáncer muy agresivo. Esto le hizo optar por no volver más a la panadería y enfocarse en sus tratamientos y en disfrutar a la familia. En todo caso, esperaba retornar cuando se sintiera mejor… Pero pese a que se realizó todas las terapias recomendadas, no tuvo la chance de ganar esa batalla.


Su estado se agravó y en la fecha mencionada inicialmente falleció. Su familia sin embargo quedó con la conformidad de que lo acompañaron en todo momento, le transmitieron todo su amor y pudieron despedirse.


Mientras la señora María y su hijo Jaime conversaron con PanArte para recordarlo, destacaron sus grandes cualidades y el profundo amor que tuvo por el rubro. “La panadería terminó siendo su vida. Desde niño y hasta que la salud se lo permitió, estuvo presente en ella. De sus 77 años sólo se debe haber perdido por completo los 7 meses que estuvo enfermo”.


“En ningún momento lo vi aburrido o lo escuché que quería cerrar. Y aún estando yo a cargo iba a hacer lo que le entretenía… incluso a arreglar algo. Cambiaba focos o enchufes. Cuando iban a arreglar las máquinas, estaba encima mirando lo que hacían los técnicos. Y luego lo hacía él”, recuerda Jaime.


“Fue también un gran padre y esposo. Cariñoso, respetuoso. Fue mi único pololo y el amor de mi vida. Estuvimos 45 años juntos y fue maravilloso. Deja un gran vacío, pero el más hermoso recuerdo”, concluye su viuda.

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