El crujido especial que une a los chilenos
- Giselle Palominos
- 8 ago
- 2 Min. de lectura

Por Abelardo Novoa,
Vicepresidente de Indupan
Es una parte silenciosa, pero constante de la memoria colectiva de nuestro país. Despertarse con su aroma tostado, compartirla en el desayuno con palta o mantequilla, mojarla en el almuerzo o llevarla en el bolso como improvisado salvavidas. Así es la marraqueta, nuestro alimento de todos los días, el que no necesita presentación.
Aunque muchos podrían creer que se trata simplemente de una variedad de pan crujiente -de miga aireada y cuatro piezas unidas como pétalos de una flor-, en realidad este producto es mucho más que eso. Es parte importante de nuestra identidad local, con menciones en cuentos, canciones y conversaciones diarias.
Por eso la reciente propuesta de declararla patrimonio gastronómico chileno no es un gesto nostálgico ni menos superficial. Es un acto de justicia cultural en un país que ha comenzado a revalorar sus sabores originarios, oficios y formas de encuentro. En ese sentido, la marraqueta representa una de las pocas tradiciones que, sin distinción de clase ni lugar, nos une transversalmente.
Una de sus cualidades es que no tiene dueño: se prepara en panaderías de barrio, en hornos industriales y en nuestros propios hogares. La comen niños y adultos, veganos y carnívoros, en el almuerzo o en la once. Su sonido al quebrarse -ese crack inconfundible- es probablemente uno de los ruidos más chilenos que existen. Es el idioma no hablado de las comidas familiares y de las celebraciones improvisadas.
Convertirla en patrimonio no es encerrarla en un museo, ni volverla objeto de vitrinas. Es, por el contrario, asegurar su vigencia, proteger la producción artesanal y reconocer su papel fundamental en la historia de nuestra alimentación cotidiana.
Es entender que la identidad no es solo lo antiguo y pasado de moda, sino también aquello que acompaña diariamente, nutriendo cuerpo y alma. Hoy, cuando muchas tradiciones se ven amenazadas por la estandarización y la velocidad del consumo, defender la marraqueta es desacelerar hacia una forma de vivir más sabrosa y compartida.
Protejamos lo nuestro, aquello que nos hace felices. Y este pan nos pone contentos, nos junta, por eso declararla patrimonio es un manifiesto de lo evidente: Chile es uno solo y se construye con el color, miga, corteza y gusto de nuestra reina, la deliciosa marraqueta.

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