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Entre brasas y memorias: la historia viva de la parrilla chilena


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No es solo un fierro sobre el fuego: es escenario de encuentros, disputas de técnica y transmisora de identidad. En Chile, la tradición parrillera convoca  a expertos, autodidactas y académicos que ven en ellas una forma de cultura popular.


La escena se repite en casi todos los rincones del país: un patio, un asador de pie frente al fuego, el humo impregnando la ropa y las conversaciones alargándose al ritmo de la cocción lenta. Para muchos, la parrilla es un ritual que va más allá de comer; es un modo de estar con amigos o familia. En Chile, las brasas no solo asan carne: también encienden memoria, identidad y orgullo.


“Más que la parrilla, todo está en el control del asador”, dice Felipe Cuadrado, más conocido como @parrillerosss, quien desde las redes sociales se ha transformado en referente de una generación que entiende la parrilla como pasión antes que como técnica.


Para él, el secreto no está en la marca, ni en el diseño sofisticado, sino en la capacidad del parrillero de dominar los tiempos, las temperaturas y la paciencia. “Puedes tener una parrilla de lujo, pero si no sabes leer el fuego, no vas a sacar un buen asado”, resume.


Esa mirada conecta con una tradición oral que ha acompañado a las familias chilenas por décadas. La parrilla, cuenta Cuadrado, siempre fue improvisación: un tambor cortado, un fierro adaptado: un invento en el patio.


Hoy, en cambio, el mercado ofrece modelos de precisión casi quirúrgica, con reguladores de altura, planchas de acero inoxidable y accesorios que parecen sacados de un laboratorio. “Está bien que la parrilla evolucione, pero nunca puede perder el espíritu: compartir alrededor del fuego”, subraya.



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Para Claudia Narbona, académica y especialista en cultura alimentaria, ese espíritu dice mucho de quiénes somos. “La parrilla es un objeto cultural. No es solo un artefacto de cocina, sino un espacio de encuentro que nos habla de cómo entendemos la convivencia, la celebración y el territorio”, explica. En sus investigaciones, Narbona ha seguido el rastro de la carne a las brasas en distintos contextos latinoamericanos y afirma que en Chile hay un rasgo particular: la mezcla entre la tradición rural y la vida urbana.


“En el campo, la carne al palo y la parrilla de tierra fueron símbolos de hospitalidad. Con la migración hacia las ciudades, ese ritual se trasladó al patio trasero y, en los últimos años, incluso a balcones de departamentos. La parrilla se adaptó a los cambios del país sin perder su esencia: el fuego como centro”, comenta la académica. Narbona añade que, a diferencia de lo que ocurre en Argentina o Uruguay —donde el asado es un relato nacional casi institucionalizado— en Chile la parrilla se ha consolidado más bien como práctica doméstica y comunitaria.


“El asado chileno no está regido por una única receta ni por un manual. Es más flexible, más híbrido, más democrático. Eso lo hace fascinante: cada familia y cada grupo de amigos tiene su propia versión de lo que significa ‘hacer una buena parrilla’”, relata la académica.


Esa diversidad también la observa Cuadrado en sus seguidores. “Me escriben desde Arica a Punta Arenas preguntándome cómo hacer el cordero al palo, el pescado a las brasas, o cómo sacar el mejor punto de una entraña. La parrilla chilena es un mosaico que refleja la geografía del país: el mar, la cordillera, la Patagonia. No existe un único estilo, y eso es lo bonito”, relata.


La académica coincide y da un paso más allá: para ella, la parrilla es un espejo de las transformaciones sociales. “Durante mucho tiempo fue un espacio eminentemente masculino, asociado a la figura del ‘parrillero’. Hoy vemos cada vez más mujeres que toman ese rol, y eso no es un detalle menor: habla de un cambio en las dinámicas familiares y en la manera en que se comparten las tareas”, señala Narbona.


Esa transición también se percibe en los relatos generacionales. Los abuelos enseñaban a sus nietos a avivar el fuego con paciencia y a esperar el punto exacto de la carne. Hoy, muchos jóvenes aprenden técnicas a través de tutoriales en internet o cuentas de Instagram como la de Cuadrado, donde el conocimiento se transmite en formato digital, pero con la misma pasión de siempre.


En la memoria colectiva, la parrilla está presente en momentos clave: en los asados de celebración tras un triunfo deportivo, en las Fiestas Patrias, en los reencuentros familiares de verano.


“Es un escenario de emociones. Allí se negocian tiempos, se arman conversaciones, se resuelven discusiones. El fuego obliga a esperar, y esa espera es lo que permite que las relaciones humanas se tejan alrededor”, reflexiona Narbona.


Para Cuadrado, la clave está en mantener ese espíritu vivo, incluso cuando la tecnología y el consumo tienden a transformar todo en producto. “No importa si estás con una parrilla de tambor o una de acero inoxidable de última generación. Lo que importa es el cariño que le pones al proceso y con quién compartes lo que preparas. La parrilla es excusa, el verdadero centro siempre son las personas”, concluye.


En Chile, entonces, la parrilla no es solo un objeto de fierro y carbón: es memoria encendida, identidad que se transmite en brasas. Una mezcla de técnica, pasión y cultura, donde conviven la mirada popular de los asadores con la reflexión académica de quienes leen en su humo las huellas de la vida social.

 
 
 

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