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El 25 de noviembre premiamos La Mejor Marraqueta 2021. La industria ganadora fue panadería Olimpia de Independencia, empresa que ya había obtenido ese logro el año 2018.


Al igual que en esa oportunidad, este año le aumentaron las ventas, tuvieron muchas entrevistas de prensa, recibieron regalos, reconocimiento de sus clientes y mucho cariño. Pero junto con ello, confirmaron la solidez de su equipo de trabajo, que salió victorioso en este nuevo desafío.


Maritza Valdés, la esposa y cuñada de los socios (los hermanos Omar y Marcela Espinoza) se ha convertido en la verdadera vocera de la empresa. Rol que se ha adjudicado luego de trabajar por 28 años allí. Llegó a los 16 porque su padre le dio permiso para desempeñarse en el salón de ventas, mientras completaba su etapa escolar.


Pero no sólo encontró un puesto de trabajo, sino también el amor. Y tras 7 años de pololeo se casó con Omar Espinoza, quien está a la cabeza de esta empresa a sus 65 años.


Juntos ya completaron 26 años de matrimonio y son padres de 2 hijas de 21 y 23 años, quienes estudian diseño gráfico e ingeniería comercial respectivamente.


La historia de esta familia en el rubro comenzó con el padre de Omar, quien trabajó en una panadería en Ñuñoa (Manuel Montt con Irarrázaval) a mediados de la década de 1960. 9 años después se asoció para ser dueño de la panadería Loyola, ubicada en la calle Prieto de la comuna de Independencia.


Junto a su esposa (a quien conoció como cajera de la panadería Los Copihues de El Salto), en el año 1982 arrendó la panadería Olimpia para poder independizarse. Y trabajó hasta 1991, cuando se produjo la separación con su pareja. Entonces sus hijos, Omar, Eduardo y Marcela, junto a la madre se hicieron cargo del negocio que estaba en crisis.


En febrero de 1983 Maritza Valdés llegó a trabajar al lugar. Comenzó en el salón de ventas y, como ya está dicho, para ello debió contar con la autorización de su padre, quien accedió sólo si continuaba estudiando de noche. Además le dio tranquilidad el hecho de que conocía a los dueños, ya que él mismo trabajaba en el área administrativa de la panadería.


La confianza se originó también en una relación muy larga entre ambas familias. Y es que los abuelos paternos de Maritza eran los padrinos de matrimonio de los padres de Omar. Con el paso de los años, el vínculo fue tan estrecho que cuando ella nació, le regalaron el coche de paseo de Omar.


En 1985 comenzaron a pololear y, como se mencionó, 7 años después se casaron. Desde ese momento ella se involucró más en el negocio. Pronto pasó a la oficina, a hacer guías de facturación, llevar los libros y a los despachos. “De ahí en adelante, he hecho mi vida acá”, recuerda.


Por años trabajaron muy duro para sacar adelante al negocio. En ese lapso llegaron las hijas. En el 2010 firmaron la promesa de “compra–venta” del local y en enero de 2014 firmaron la escritura y, al final de ese año, comenzaron la remodelación.


Fue una gran inversión que involucró levantar un segundo piso, donde se instalarán nuevas zonas de producción. Además modernizaron el salón de ventas. “Nuestros planes son poder tener una zona de pastelería más bonita. Y poder elaborar otros productos”, explica Maritza.


Las obras se terminaron 5 días antes de la final del concurso La Mejor Marraqueta. “La inversión pensábamos recuperarla en 5 años, pero con lo que ha significado la competencia para las ventas, creo que esa meta se logrará en unos 2”, señala Omar.


VENCEDORES

Cuando ganaron, recuerda que “todo fue una explosión de emociones. Fue un acontecimiento social para el barrio. Llegó mucha gente a felicitarnos… No sólo nos subieron las ventas, sino que recibimos premios, reconocimiento y mucho cariño”.


Dice que el día de la premiación, por la tarde las ventas “fueron una locura. Llegaron personas de otras comunas a preguntar y a comprar. Consultaban si teníamos alguna sucursal en el sector oriente”.


“La gente venía por curiosidad también. Al día siguiente y el domingo llegó aún más gente. Se elaboró más pan, pero igual nos quedamos cortos, ya que las ventas crecieron un promedio de 40%. Con los días bajó un poco, pero diría que ganar nos cambió los números y eso ha sido bueno, porque ahora entran y además se llevan otras cosas, con lo cual la venta de los dulces ha aumentado un montón”.


Comenta que sus clientes de reparto también quedaron muy contentos. Y más aún cuando a los pocos días les llevó unos afiches (elaborados por Indupan) para que publicitaran que vendían la marraqueta ganadora. “Todos querían su afiche, ya que sólo con mencionar el premio, les aumentaron las ventas”.


Los clientes del barrio fueron a tomarse selfies con la copa y les llevaron de regalo algunos artículos de prensa enmarcados. “La gente está muy orgullosa de que en su sector esté la panadería que hace la mejor marraqueta de Santiago”, puntualiza Maritza Valdés.


Ella reconoce que este premio y todo lo que les ha sucedido tras recibirlo, es un nuevo impulso para seguir trabajando. “La vida y el amor me trajeron acá. Desde que llegué me gustó el negocio. He ido aprendido con los años las distintas tareas. Asimismo, se han generado vínculos con los trabajadores, ya que hay algunos –como los panaderos- que llevan toda su vida laborando en esta empresa”.


“Sentir que a la gente le gusta el pan que se hace acá, te da mucha fortaleza. Dan ganas de seguir trabajando. Uno entiende que no sólo es un negocio, sino que entrega un servicio a la comunidad”.


EL MEJOR PANADERO

El día del concurso, otro de los premiados fue Valentín Colín, el maestro panadero de 69 años que estuvo a cargo de elaborar el pan ganador. Él lleva 50 años en el rubro y pese a que ya hace unos años se jubiló, no deja el trabajo porque dice que lo “hace sentirse joven”.


Al recordar la jornada de la final se emociona. Dice que fue una tremenda alegría para él subir al escenario y recibir los premios de mano del ministro del Trabajo y ante la prensa. “Nunca pensé salir en la televisión. Estoy muy feliz y contento. Mis hijos me felicitaron… sólo ellos, porque mi señora se nos fue este año en marzo… Pero igual fue muy lindo”.


Llegó a los 19 años a esta panadería, proveniente de Chol Chol (reducción de Launache, en la provincia de Cautín de la región de La Araucanía). Se vino porque en esos años los jóvenes se trasladaban masivamente a la ciudad a buscar mejores oportunidades.


Recuerda que al principio la señora no lo quería recibir porque era muy niño, “pero el patrón dijo que sí”. Comenzó con labores de aseo y rápidamente ascendió a aprendiz. “Yo me di cuenta que para mí era fácil la pega. Ligerito estaba haciendo pan”.


Tuvo 6 hijos, 3 de ellas mujeres, a quienes a través de esta nota desea enviar un afectuoso mensaje. “Quiero mandar mis cariños a Isabel, Rosita y Licha que viven conmigo”.


Para celebrar sus premios viajó al sur, hasta el cementerio donde está enterrada su esposa, a objeto de mostrarle la medalla y la chaqueta de Mejor Panadero que recibió.

Recuerda que en la mañana del concurso lo invitaron a la ceremonia. “Sabía que había hecho un buen pan, pero como no conocía la calidad de los otros, no estaba seguro de que pudiéramos ganar. Pero le dije a la patrona que algún premio íbamos a traer. O el tercero o el segundo lugar”.


De regreso lo entrevistaron desde varios canales de televisión y diarios. “Por ello recibí felicitaciones desde otros países. Desde Australia, donde está una prima de mi patrona… desde Argentina, donde hay familiares de mi señora… fue todo muy lindo”.


Para graficar el afecto que ha sentido, nos comenta que en la tarde del día de la premiación, le avisaron que alguien lo estaba buscando afuera de la panadería. Salió y una señora dijo que lo quería conocer. “Me abrazó y no quería soltarme de alegría”.


Hoy en la calle la gente que lo conoce le grita: “Hola, campeón”. Él se ríe, pero siempre con una huella de tristeza en su rostro, porque reconoce que todo habría sido maravilloso si su esposa estuviera viva. “Pero sé que donde se encuentre, ella está orgullosa de mí”.




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