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PASTELERÍA RUYED: legado familiar convertido en una experiencia de calidad

Actualizado: 19 nov

Inspirado por su padre y en medio de la pandemia, Felipe Espina creó este negocio que, buscando trascender lo culinario, ha logrado transformar cada torta en un vínculo con sus clientes.
Inspirado por su padre y en medio de la pandemia, Felipe Espina creó este negocio que, buscando trascender lo culinario, ha logrado transformar cada torta en un vínculo con sus clientes.

Desde pequeño, Felipe Espina estuvo rodeado por el olor del merengue, el batir de la mantequilla y la precisión de las recetas que su padre, un maestro pastelero llamado Eduardo, había aprendido desde adolescente.


“Estuvo ligado a los inicios de Pastelería Cory, desde que era un taller hasta convertirse en lo que conocemos hoy. Siempre estuvo vinculado a esto, lo ama”, indica. Ese lazo profundo con la tradición repostera fue la chispa que encendió la idea de su propio proyecto: un negocio con un fuerte legado familiar y que, al mismo tiempo, reinventara lo que apreciaban.


Así nació Pastelería Ruyed, un emprendimiento marcado por la perseverancia y cuya marca es el cruce de los nombres de los padres de Felipe: Rubí y Eduardo. Lo que impulsó su fundación fue la pandemia, pues con todos encerrados en casa y la vida laboral detenida, Felipe decidió que era el momento de hacer realidad el sueño. “Mi padre tiene un talento extraordinario, y no podía quedarse sin tener su propia pastelería”, explica.


Uno de los aspectos que caracteriza a Ruyed es que las recetas familiares están pensadas para conectar con las personas. “No queremos que la torta sea un simple acompañamiento de celebraciones o momentos en casa. Siempre buscamos que haya una propuesta detrás, algo que haga que la experiencia sea memorable”, puntualiza Espina.


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Como referencia, en ciertas fechas la pastelería incluye dinámicas en sus productos: tarjetas, mensajes o pequeñas sorpresas que invitan a festejar y a compartir, creando un vínculo emocional con la marca y los seres queridos. Esa intención se refleja también en el estilo de sus creaciones.


“Somos muy artesanales, muy de autor, pero también buscamos darle una vuelta a lo que conocemos. Por ejemplo, nuestra torta Jardín de Limón rescata un postre tradicional chileno, el pie de limón, pero lo llevamos a formato de torta comestible con panqueques y rellenos especiales. Fue un éxito desde el primer día”, comenta Felipe.

Otros casos son el Merengue Chirimoya Alegre, inspirado en sabores de la infancia; y la Jardín Frambuesa Blanca, que toma referencias de helados y sabores populares, reinterpretándolos con creatividad y técnica.


Espina enfatiza que cada producto de Ruyed busca generar fidelidad a través de experiencias. “Queremos que el cliente sienta que esto está hecho para él, y ahí reside nuestro desafío: mezclar procesos industriales con la mano artesanal, sin perder la esencia”, aclara.


En ese sentido, la selección de materias primas y la calidad del resultado final es fundamental. “La experiencia completa incluye cuidar cada detalle, desde el ingrediente hasta el momento en que el cliente prueba la torta”, señala el cofundador de este local ubicado en Ñuñoa.


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Crecimiento y diversificación

El compromiso con la excelencia y la comunidad ha convertido al negocio en un referente de la pastelería artesanal emergente, con un público que valora la historia detrás de los productos.



A raíz de este motivo, Ruyed ya explora opciones veganas, sin azúcar ni gluten, respondiendo a una demanda creciente que busca indulgencia sin comprometer la salud. “Muchos clientes diabéticos nos agradecen poder disfrutar tortas ricas y bien presentadas. Ahí vemos una gran oportunidad”, reconoce Felipe Espina.


“Queremos tener dos o tres puntos de venta importantes, mantener la calidad y acercar nuestros productos a más personas. También pensamos en formatos individuales, que se puedan disfrutar en casa o para enviar como regalo”, proyecta.


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Colaborar para dar el salto

Consultado sobre el trabajo gremial y la colaboración como motor para el desarrollo de negocios jóvenes, Felipe Espina reconoce su importancia. 

“Conectarse con pares es clave. Uno aprende, comparte experiencias, consulta dudas y también genera compañerismo”, explica. 

Para él, asociaciones como Indupan tienen un rol crucial al promover la profesionalización del rubro, incentivar la participación en concursos y apoyar la innovación. 

“Estas instancias permiten acelerar caminos, abrir oportunidades y aprender de otros maestros, todo sin perder el sentido del oficio”, afirma.


Pero el crecimiento no se limita solo a la oferta de alimentos, ya que también trabajan en una estrategia de marca sólida, con enfoque en la fidelización y conexión emocional. “Uno no vende solo un producto, vende una historia, una identidad. Por eso es clave construir una marca desde el inicio y sumar atributos progresivamente”, explica el encargado de la pastelería.


Finalmente, Espina deja un consejo para quienes sueñan con abrir su propio negocio: “Nunca estarás cien por ciento preparado, pero hay que lanzarse (…) Se puede partir desde casa, con lo mínimo, y si el producto funciona, se va sumando valor y creciendo con el tiempo. La esencia artesanal, el amor por el oficio y la conexión con los clientes son la verdadera base del éxito”, sostiene.




 
 
 

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Revista de panadería y pastelería
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