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En 1959 el Estado comenzó una fuerte ofensiva para mecanizar la industria panadera, convencido que a través de ese proceso, se podrían absorber las crecientes alzas en los precios de producción del pan, lo que no era posible, pues la economía que se lograba en ese aspecto era superada con mucho por los gastos de distribución. Para sortear esta dificultad, el ministro de Economía, Fomento y Reconstrucción del gobierno de Alessandri Rodríguez, Roberto Vergara Herrera, propuso dividir la ciudad de Santiago en 10 sectores, con el fin de instalar una planta en cada uno de ellos e imponer un tipo de pan oficial producido por éstas.
Como respuesta a lo anterior, los industriales panaderos constituyeron las Sociedades Sectoriales, bajo la tutela de una nueva entidad denominada Abripan, dividiendo Santiago en 8 sectores con 12 a 14 panaderías por cada uno. Las Sectoriales se dedicaron a hacer los estudios pertinentes, con el fin de poner en marcha las plantas, a sabiendas que aún funcionando bajo este modelo, se iba a encarecer el pan en lugar de bajar su precio, que era lo que pretendía el Gobierno.
Tras tres años de fuerte presión por parte de la autoridad, en 1960 los industriales de Concepción se interesaron en el proyecto y adquirieron una de las plantas automatizadas, la que se instaló con el compromiso de que las panaderías asociadas sólo funcionarían como salas de venta del pan proveniente de esta fábrica, sin producirlo en ninguna de ellas. La nueva planta se ubicó en un predio de una hectárea -situado entre la capital de la VIII Región y Talcahuano- y contó con la asesoría de dos técnicos italianos que viajaron a Chile para realizar la instalación de la nueva maquinaria. Y si bien comenzó a operar en forma relativamente rápida, surgió un problema asociado al traslado del pan, el que inevitablemente llegaba frío a las salas de venta, propiciando las críticas de los consumidores. Para contrarrestar este inconveniente, algunos industriales violaron los acuerdos iniciales y encendieron nuevamente los hornos, fabricando en un principio sólo una pequeña parte de su cuota, la que fue aumentando con el tiempo y se tradujo en que la planta comenzó a quedarse con el pan elaborado, subiendo de manera importante los costos, pues se amasó cada vez menos harina hasta perder todo el capital. Producto de ello, la fábrica paralizó sus funciones por un año. A finales de 1962 fue desmantelada y el predio vendido.
Una segunda planta industrial, que tenía por destino operar en Santiago, nunca fue puesta en marcha, por lo que se vendió por partes junto con la de Concepción, tras estar en bodega por casi tres años. Por último, tras la liquidación del total de los activos y pasivos que ellas generaron, se obtuvo una suma inferior a la deuda contraída para su compra e instalación.
En ese período la industria debió afrontar una importante transformación respecto de lo que eran sus políticas tradicionales de venta, ya que durante la presidencia de Alessandri, se determinó que ésta se efectuara por kilos y no por unidades del producto pan, lo que era hasta ese momento la usanza habitual del mercado. Esto obligó a los empresarios a reestructurar sus procesos de gestión internos, de modo de adecuar sus proyecciones y expectativas económicas en función de este nuevo esquema comercial.
En el contexto general, se produjeron los terremotos de Concepción y Valdivia, el 21 y 22 de mayo de 1960. El primero se registró a las 06:02 del 21 de mayo y su epicentro se localizó al oeste de Curanilahue, Región del Biobío, con una magnitud de 7,9 a 8,3 en la escala sismológica de magnitud de movimiento (Mw). En este sismo, que duró 35 segundos, colapsó un tercio de las edificaciones de la ciudad de Concepción, dejando de paso como saldo, más de 120 muertos.
El segundo terremoto fue a las 15:11 del domingo 22 de mayo de 1960, donde comenzó a producirse una ruptura de placas tectónicas de proporciones nunca antes vistas. El masivo evento se extendió desde la península de Arauco (Región del Biobío) hasta la península de Taitao (Región de Aysén). Finalmente, alcanzó los 9,5 Mw y tuvo una duración aproximada de 10 minutos, debido a la gran extensión geográfica —casi 1.000 kilómetros de norte a sur—. Estudios posteriores sostienen que, en realidad, se trató de una sucesión de 37 o más terremotos, cuyos epicentros abarcaron una superficie total de 1.350 kilómetros. En suma, el cataclismo devastó todo el país entre Talca y Chiloé; es decir, más de 400.000 km².
La zona más afectada fue la de la ciudad de Valdivia y sus alrededores. En dicho lugar, el sismo alcanzó una intensidad de entre 11 y 12 grados en la escala sismológica de Mercalli. Gran parte de las edificaciones se derrumbaron inmediatamente, mientras el río Calle-Calle inundaba las calles del centro urbano. En tanto, el maremoto provocado por semejante evento fue devastador, afectando a la costa chilena entre Concepción y Chiloé.
El terremoto provocó que muchas hectáreas de suelos cultivables se extinguieran, generando desempleo y escases de productos. Veinte mil personas perdieron sus casas y más de 1.500 la vida. Además, se produjo una destrucción notable de infraestructura en casi toda la zona sur costera del país. Por ello, fue necesario implementar un fuerte plan monetario de ayuda estatal e internacional, para llevar adelante la reconstrucción de las ciudades y la economía.
En tanto los movimientos sindicales presentaron un nuevo impulso. Eran apoyados por un importante número de estudiantes universitarios, los que bajo la consigna “busquemos lo imposible”, se volcaron a las calles para demandar mejoras salariales y una nueva institucionalidad empleado-empleador. A fines de 1961 se produjo una prolongada huelga de los obreros panaderos afiliados a la Unión Sindical de Panificadores, la que obligó a los industriales a recurrir a familiares y a trabajadores no especializados para continuar produciendo.
Fuente: Libro “Siglo XX: Historia de Nuestra Panadería”, 2016. José Yáñez, Lucio Fraile y Marcelo Gálvez.
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