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Una cálida mañana de febrero, PanArte se reunió con dos valiosas mujeres que han hecho historia en la industria panadera de la Región Metropolitana. Se trata de la señora Mireya Carvajal y de su hija Vivian Vejar. Ambas, pilares fundamentales de panadería México de San Bernardo.
Los inicios de esta industria tienen su origen en el matrimonio que formaron Cosme Vejar Villalobos y Mireya Carvajal Abarca, quienes se conocieron a mediados de la década de 1950, cuando ambos trabajaban en la panadería Modelo.
En esa época él tenía 22 años y se desempeñaba como barredor; ella tenía 17 y era mesonera. A poco de declararle su amor, él le dijo que quería formar una familia y tener una panadería. Ella aceptó la propuesta y con mucha confianza le indicó: “Si quieres tener una panadería, la tendrás”.
A los pocos meses (en 1953) se casaron y arrendaron una casa con un pequeño local (en el paradero 30 de la Gran Avenida), donde habilitaron una amasandería.Don Cosme seguía trabajando en la panadería donde se conocieron, pero cada día le dejaba a su esposa los panes amasados listos para que ella los cociera. Para eso utilizaba un tarro cuadrado grasero, al que por abajo y por arriba le colocaba brasas.
Poco a poco aumentaron la clientela. De esta forma, por 3 a 4 años juntaron dinero para poder arrendar una amasandería. De manera paralela fueron naciendo sus hijos y compraron un sitio donde instalaron una casita de madera.
Don Enrique Yáñez y la señora Joaquina Rodríguez, dueños de la panadería donde se conocieron, les prestaron dinero para completar lo que les faltaba para arrendar la amasandería. Y en ella comenzaron a vender marraquetas y hallullas.
Don Cosme producía y repartía en un carretón tirado por una yegua. Su señora en tanto, le ayudaba en labores de producción y con el aseo. Fueron 5 años de mucho sacrificio y noches sin dormir.
En el terreno donde tenían su casa (en la antigua población Hugo Gálvez) comenzaron a levantar la anhelada panadería. Para lograrlo, por las noches recolectaban piedras del sector con el fin de hacer los cimientos.
Cuando lograron habilitar su salón de producción y ventas, compraron las maquinarias de la amasandería y se trasladaron. Si bien estaban más cómodos, no todo fue fácil. El atropello de su yegua en la línea del tren les obligó a invertir en una camioneta, en una “burrita” con manivela.
En esos años la familia creció hasta quedar formada por 6 hijos. El mayor fue David. Le siguieron Myriam, Miguel Ángel, Verónica, Jimmy y Vivian.
En la panadería, a la que nombraron como México por estar ubicada en la avenida que lleva ese nombre, partieron con 5 sacos de harina diarios.
Al principio don Cosme tenía desconfianza en que su señora se involucra en el negocio. Sin embargo, a poco andar, ella se convirtió en un pilar fundamental de la panadería y hasta se echaba los sacos al hombro para ayudar a elaborar pan.
Bajo el concepto de que “al pan hay que tenerle cariño y al cliente hay que tratarlo muy bien”, ella procuró supervisar que en el salón de ventas se realizara todo de la mejor forma posible.
La panadería tomó prestigio por sus marraquetas y por la calidad de la atención. La señora Mireya introdujo el uso de uniformes en las mesoneras. Además, “vales” de control en el salón y en la caja que debían coincidir (en caso contrario, se sancionaba con multas a quien no tuviera todos los vales o le faltara dinero).
Realizó una estricta capacitación para las trabajadoras del salón, en torno a conductas adecuadas para garantizar la inocuidad e higiene de los productos, lo que en esos años no era usual. Y fueron comprando terrenos colindantes para seguir creciendo.
Otro de los aspectos que distinguió a panadería México, fue que desde el principio diversificaron la oferta. No sólo elaboraban marraquetas y hallullas, sino que introdujeron los moldes, el bocado de dama y la flauta, entre otros. Además los panes de canapé, para los cuales recibían muchos pedidos.
HEREDEROS
Como todos los hijos de industriales panaderos, los niños Vejar Carvajal crecieron en torno a la panadería y tempranamente asumieron algunas labores en el negocio. Vivian recuerda que, además, con su prima hacía resbalines con las tablas y mesones del salón de producción.
Ella ya a los 8 años vigilaba el trabajo de las mesoneras y 2 años después apoyaba en la caja cuando faltaba personal. Incluso, más de alguna vez al llegar del colegio, hacía algunos repartos de pedidos. Y comenta que le quedó marcado un verano en que sus padres arrendaron una amasandería en el Litoral Central por la temporada, donde vendían pan y pan de huevo en la playa.
El mayor de los hijos, quien en Valdivia estaba estudiando en la Armada construcción naval, le dijo a su padre que quería tener una panadería. Así, juntos habilitaron la Panificadora Lo Blanco, la que David no sólo sacó adelante, sino que fue una puerta para ingresar como dirigente a Indupan Santiago. Pero hoy arrienda esa panadería.
Myriam, la segunda hija, quedó en la universidad, pero debía estudiar en Concepción. Por eso no se matriculó y sus padres le habilitaron una panadería. La misma está ubicada en avenida América, en San Bernardo, pero la nombró también como México en homenaje a la casa matriz (hoy igualmente se encuentra arrendada).
Miguel Ángel se fue a Argentina y se dedicó al comercio, pero en otro rubro. Verónica desarrolló la Panificadora Cousteau, en el sector de La Vara (hoy está arrendada). Jimmy trabajó en panadería, aunque su profesión era de docente, pero no siguió en el rubro porque falleció.
Finalmente Vivian, quien se había desarrollado en su profesión de técnico en comercio exterior, también regresó a la panadería. Primero arrendando un local con su ex esposo, pero más tarde se hizo cargo de la panadería de sus padres (hasta la actualidad), ya que ellos querían retirarse paulatinamente.
AÑOS COMPLEJOS
Un episodio que Vivian nos relata de los años en que a su padre le iba muy bien (con más de 100 quintales diarios), fue que la panadería era proveedora de la Escuela de Aviación ubicada en la comuna. La persona con la que hicieron el trato no les pagaba y al cabo de algunos años, se trataba de una deuda millonaria.
Ante esto, don Cosme tuvo que suspender los despachos y hablar seriamente con el encargado. Éste le ofreció pagarle con un sitio en Avenida Quilín. Don Cosme aceptó y realizaron el trato en una notaría, tal como corresponde.
Sin embargo, tiempo después el deudor acusó a don Cosme de fraude, aludiendo que había sido engañado. Afortunadamente quien iba a testificar en favor del deudor se arrepintió y reconoció el acuerdo. Esto, porque los Vejar le dijeron que no mintiera, ya que Dios lo estaba mirando.
Cuando Vivian se hizo cargo de la panadería, habían bajado a 16 quintales. Ello, en parte, porque algunos clientes se habían ido a la panadería de su hermana.
Pero al poco tiempo Vivian aumentó el amasijo. Hizo reparto, estudio pastelería y desarrolló la línea de producción de empanadas, que hizo conocida a la panadería en todo el sector sur de la capital, logrando ser la distribuidora oficial de empanadas de la zona.
Recuerda que los pedidos eran gigantescos y que más de una vez le obligaban a involucrar hasta a sus hijos en la producción. Por ejemplo, una vez le encargaron 30 mil unidades de pino para las fondas, con entrega en un plazo de 5 días. Con la ayuda de sus padres e hijos lo lograron, y de ahí en adelante los pedidos crecieron más y más.
Su rol como fabricante de reconocidas empanadas le dio gran prestigio. Tanto así que era invitada a las inauguraciones oficiales de las Fiestas Patrias de la comuna y llegó a ser tesorera de la agrupación de fonderos.
Y no sólo le pedían empanadas, sino también distintos tipos de panes, queso, servilletas y lo que fuera necesario. De esta forma, fue una distribuidora de múltiples productos, por lo que cumplía esa función 24 horas al día. Pero ello le causó estrés, ya que mantuvo ese ritmo por unos 15 años.
Tras el fallecimiento de su padre, a raíz del mal resultado de una operación electiva sin mayor riesgo (situación por la cual están en disputa legal con el establecimiento de salud), Vivian se hizo cargo por completo de la panadería. Y ha recorrido un muy exitoso camino como industrial panadera, aunque reconoce que para ello ha sido clave el ejemplo y los consejos de sus padres.
Cabe destacar que en este proceso, no sólo diversificó la oferta de su establecimiento, sino que captó más clientes y modernizó la panadería (en cuanto a maquinarias y procedimientos).
No obstante, si bien todo le ha salido a la perfección, el estallido social y los saqueos que vinieron mermaron su estabilidad. Por miedo a que les robaran o destruyeran el local, por varias semanas tuvieron que soldar y desoldar las puertas diariamente. Además, algunas noches ella se quedó vigilando afuera del local para advertir cualquier riesgo.
No le pasó nada, pero en los alrededores sí hubo ataques, por lo que no pudo bajar la guardia por al menos 2 meses.
Si bien en enero y febrero todo estuvo calmado, Vivian reconoce que no se atreve a hacer planes y a proyectar cómo será este año o lo que vendrá a futuro. Las ganas de trabajar siguen fuertes, pero le complica que se puedan retomar los desmanes.
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